Es indudable que esta pandemia cambiara el mundo y la forma que tenemos de relacionarnos con él, modificará hábitos y esquilmará libertades individuales en aras de la protección del grupo. La clave, ya no residirá en conocer repuestas certeras sino en hacernos las preguntas adecuadas que permitan adelantarnos a esos hipotéticos escenarios futuros.
En los estados y organizaciones se deberán implantar, frente a los comités de crisis, lo que denomino comités proyectivos, equipos multidisciplinares encargados de trabajar con contextos imaginarios, pero probables, y sucesos posibles, para establecer mecanismos de prevención y actuación. También creo que es preciso comenzar a hacer una profunda reflexión sobre las decisiones tomadas y las consecuencias de nuestras formas de proceder, no sólo en los momentos actuales, con el objetivo de intentar entender el nuevo mundo que nos encontraremos cuando finalice esta pesadilla.
Resulta descorazonador ver la conferencia de Bill Gates, dictada en el año 2015, en la que auguraba las consecuencias de una nueva pandemia y hablaba de herramientas para combatirla. En la línea del fundador de Microsoft, se requieren organismos interestatales capaces de coordinar con eficiencia una respuesta global ante este tipo de situaciones. Ya que, otro de los problemas que nos dejará esta crisis es la falta de organización, a la hora de afrontar un evento de esta magnitud, y la carencia de liderazgos a nivel mundial.
UN HALO DE ESPERANZA
Por el contrario, y afortunadamente, es positivo observar como emergen los Impulsores, personas que deciden pasar a la acción y ponerse a trabajar, aportar lo que pueden con sus medios disponibles con objeto de paliar la grave coyuntura. Se trata de individuos que hacen lo que creen y creen en lo que hacen, que están prestando una ayuda esencial a otros. Porque no nos olvidemos, la clave siempre reside en las personas, en el interior de cada uno de nosotros cuando decidimos sumar y ser mejores. Entonces, damos sin esperar recibir y comenzamos a pensar en los demás, poniéndonos a su disposición para trabajar juntos y construir un futuro más amable.
En esta línea, afloran las historias de solidaridad y cooperación, de particulares y empresarios que ponen sus recursos al servicio de la comunidad. La predisposición a colaborar, a comprender que la vida no debe ser un juego de suma cero que para que unos ganen otros deben perder, se torna como uno de los aspectos esenciales que nos deben ayudar a minimizar las consecuencias de la post crisis.
Por tanto, ante esta nueva coyuntura, se requieren instituciones que apuesten por una forma distinta de hacer las cosas. Organizaciones flexibles, menos estructuradas. Compañías más trasparentes que buscan trascender más allá del mero resultado económico que, como hemos visto, es condición necesaria pero no suficiente. Personas que, con su ejemplo y actitud, hacen sentir mejor a aquellos que les rodean, los impulsan y dan lo mejor de sí mismos.